Heeder Soto Quispe
ANFASEP
El miércoles 08/12/10 al promediar las 9 de la mañana, junto a un grupo de socias de ANFASEP, nos dirigimos hacia el lugar, conocido como la Hoyada. Con el objetivo de sembrar árboles. Debido a que, “los invasores de terrenos”; ya habían invadido los alrededores de la zona y existía la amenaza de adentrarse a otros espacios más. La intensión fue, asentar el lugar, sembrando plantas, que a la vez, serian las primeras acciones para la futura construcción de un “SANTUARIO DE LA MEMORIA” en la Hoyada.
Este lugar, se halla en el cuartel del ejército peruano; y, es un lugar muy emblemático para los familiares, víctimas del conflicto armado interno (familiares de los desaparecidos). En el tiempo del conflicto, el ejercito a parte de arrojar los cuerpos de sus víctimas, en distintas zonas, conocidos como “botaderos de cadáveres”, que se hallaban en los alrededores de la ciudad de Ayacucho. Utilizó esta parte, como terrero clandestino de fosas comunes (1983-1984). Según el libro “Muerte en el pentagonito”, se habrían enterrado, en la hoyada, mas 500 cuerpos. El ejército, al estilo de los nazis; posteriormente, construyo un horno, desenterraron los cuerpos y los calcinaron, hasta convertirlos en polvo. Para finalmente arrojar los restos, a un barranco cercano. Estas acciones la realizaron, en su intento de borrar las evidencias de las fosas. Pero posiblemente, según el libro, un promedio de solo 200 cuerpos, habrían sido exhumados y calcinados.
Por la presión de los familiares: ANFASEP, APRODEH y otras instituciones más; presentaron denuncias a la fiscalía. Por ello, se realizaron diversas exhumaciones, hallándose un total de 109 restos humanos, de las cuales 54, eran cuerpos completos (mujeres (algunas embarazadas), niños, varones, etc.). De estos cuerpos, una socia de ANFASEP, al que comúnmente la conocen como: “Cusqueña” reconoció un cuerpo
[1]
De estos restos, en el lugar, se pueden hallar pedazos de huesos calcinados, regados alrededor del barranco. Los familiares de ANFASEP, en aquellas ocasiones, que asistían a presenciar las exhumaciones, al observar los restos, en varias oportunidades; acurrucados y protegidos del calor, intercambiaban entre sí, comentarios plegados de dolor y llantos incesantes:
—Mi hijo/esposo era así… ¿ahora donde estará? ¿Tal vez, este huesito es…? Ya no lo encontrare nunca más
En el camino a la Hoyada, tal vez aquellos recuerdos, inundaban las mentes de los viajantes; por ello, algunas socias meditaban y miraban a las ventanas del microbús. Mientras, algunas de ellas, conversaban de sus problemas cotidianas, como las enfermedades:
—ya no estoy como antes, me duele—
—los hijos también, ya se aburren y se cansan de nosotros… dicen: tengo que hacer tal cosa y se van—.
Mientras otra, le contestaba y recetaba: toma esta hierba… de esta forma… yo me curo así nada mas… te pones así… en las noches, por tres días.
Por otra parte, la señora “cusqueña”, cantaba canciones evangélicas. A su costado, otra señora que vieja parada, la animaba. No lejos de cusqueña, cuando se apertura otro asiento, una señora muy menuda, agarra de la ropa a un socio varón, que intentaba sentarse y le gana el sitio. Cuando se siente, pronuncia frases jocosas en quechua. Y palmea la pansa del sujeto, agregando: —¿te he pegado en la cabeza, creo?— a los costados se sueltan carcajadas. Otras señoras más, agregan otras jocosidades… La marcha, hacia al lugar de la muerte, con estas acciones, se torna esperanzador.
Mientras la comunidad peruana, seguía atentamente los detalles de la premiación de Vargas Llosa, del premio nobel. En la Hoyada
[2], el discurso en quechua, de la señora
Adelina García, presidenta de ANFASEP, resonaba a los alrededores de la zona:
—Nosotras nos encontramos muy alegres. Porque plantaremos estas plantas en este lugar, donde nuestros familiares fueron quemados y enterrados en esta tierra. También estos señores invasores [de tierra] se están apresurando en entrar en estas tierras. Por eso, hoy día, plantaremos esta planta, para que, no entren más estos invasores y no hagan casas encima de nuestras almas (…).
Tal vez, no encontremos a nuestros familiares; pero, tenemos la esperanza, de hallarlos y enterrarlos…—
Por su parte, la señora Angélica Mendoza, más conocida como “Mama Angélica”, presidenta honoraria de ANFASEP pronunciaba:
—Para nosotras, este lugar, es de gran pensamiento. De modo tan denigrante, los han enterrado. Los han hecho aplastar con piedras, todavía no conforme con ello, los han baleado en la cabeza. Haciéndolos exhumar, en estas tierras, toda clase de almas hemos encontrado. No es fácil de olvidar. ¿Por qué será, que estas personas, se afanan en entrar a estas tierras? Este lugar, ya debe de ser sagrado. Son miles de desaparecidos... Al lado del barranco, todavía no los hacemos exhumar (…).
La pregunta de mama Angélica, era que, quienes propiciaban las invasiones a estos lugares, eran oficiales del ejército, quienes tienen terreno en los lugares invadidos. Como era de suponerse, que el ejército pasivamente permitiera que se invadiera, también, aquellas partes, en las que practicaban tiros; sin tener algún beneficio de la tierra que se invada y además, solapadamente se borrar aquel rastro de tierra que les es “incomodo”, evidencia de los crímenes que cometieron.
Mama Angélica proseguía su discurso, —¡Jóvenes, ustedes también dense cuenta! De nosotras ya terminara nuestras vidas; pero ustedes vienen atrás… ¡Hagamos respetar este lugar!—
Luego de aplausos animados, posterior a que terminen las intervenciones. Invitan nuevamente a mama Angélica, a plantar el primer árbol; a lo que, ella se dispone a plantar un pino, enunciando las siguientes palabras: —planto este árbol en nombre de las víctimas de la violencia—.
En el lugar de muerte, desesperación e intento de eliminación definitiva de los restos de los individuos, victimados. Se sembraron cerca de 300 árboles. De los cientos de víctimas, que se intento borrar, todos sus restos, solo se hallaron pequeñas fracciones de huesos y en otros casos, no se hallaron nada en absoluto. A esos restos, tal vez, queda la esperanza que, alguna raíz del árbol plantado, los toque y le transmita el mensaje de las víctimas vivos… Y, así apacigüe el sufrimiento perpetuo de los que están vivos, sin olvidar el de los muertos, que, a las finales, solo apacigua el dolor de los todavía, resistentes a la muerte
Mama Angélica llama a la reflexión y pidió que se sumen al esfuerzo de preservar la memoria, pero el mensaje, solo la oyeron los que estaban presentes. Como siempre la comunidad nacional, ensimismado como en el tiempo de la violencia, los deja en el dolor, a las victimas persistentes. Esta memoria perseverante, la llevaron por tanto tiempo, las víctimas de la violencia, ANFASEP principalmente; junto a todas sus socias. Gracias al trabajo de ellas y de otras más, en la actualidad, se construye el museo de la memoria en Lima. Pero que, este es desarrollado solo por una elite; de los que, las víctimas de la violencia, no se sienten representados.
Hasta estos días, ya, varias madres de ANFASEP han fallecido, la lucha de ellas, queda en la memoria solo de algunos peruanos y peruanas. Mientras, en el museo de la memoria, que se construye; posiblemente la memoria de estas madres este ausente. Pero, la voz de mama Angélica resuena en la mente de todos los activistas de DDHH y las obras de estas madres no quedaran en el olvido; aunque los administradores de la “memoria oficial” los nieguen, y manejen aquella memoria como, antes de la CVR, con la ausencia de las víctimas. Los activistas las preservaremos, más allá de la muerte.
[1] Luego, se deslindo que no era precisamente su familiar.
[2] La Hoyada, forma una hendidura de tierras; que, en el medio forma una planicie.